jueves, 4 de octubre de 2012

Operación Impulso (12)



Sofía 08:12 – 06:12 ZULU
Calle  Dragovitsa 14, Sofía

Su esposa, con la boca abierta en un grito sordo, intentando alcanzarle. Una ráfaga de disparos. ¡Por amor de Dios! ¿Eso es una bomba de racimo? Metralla, coches agujereados, un perro agonizando sobre la acera. Correr, el hombre armado. “¡Galvech”, le gritaba. El coche acelerando. Le miró. El disparo. Oscuridad. Los agentes, interrogándole. Una buena comida, descanso. Y entonces las alarmas, los ecos de las sirenas. Después la explosión, el fuego, el calor. La sordera, un pitido penetrante, incansable, continuo.

Todor Galvech gimió sordamente, revolviéndose entre las sabanas. Las esposas atadas a los quitamiedos metálicos de la cama tintinearon con un sonido extrañamente agradable para toda esa situación. El repiqueteo, desentonando, llamó la atención de una de las enfermeras, que se acercó al paciente y comprobó sus constantes por medio de los monitores.

Una vez se aseguró de que no había peligro y de que el hombre estaba cercano a despertarse, pulsó el botón de la cama que hacia ascender la mitad superior, dejándole recostado.

- Señor Galvech – dijo suavemente, con tono melodioso.

La voz le llegó a Todor distorsionada, desagradable como unas uñas arañando una pizarra. Un relámpago de luz y dolor se cruzó en sus ojos antes de abrirlos. Parpadeó, tratando de ver más allá de las gruesas gotas de sudor que le caían de la frente. Trató de pasar la manga por los ojos, pero no podía. Desorientado y mareado como si estuviese borracho, miró sus brazos, dando otro tirón a las esposas. Comprendió que no podría soltarse y tuvo que conformarse con enjuagarse los ojos contra la almohada.

Respiró hondo y se preparó para afrontar lo que quiera que le esperase.

Recorrió lentamente la estancia con una mirada sorprendida.

- ¿Dónde estoy? – preguntó finalmente.

Su boca estaba tan seca que las palabras parecían cuchillas afiladas. Desgarraron su garganta al pasar por ella. Todor tosió, con un gesto de dolor. La mujer le acercó un vaso de agua y lo sostuvo frente a él para que pudiese beber. No terminó de aliviarle, pero era lo que el cuerpo le pedía. Cuando acabó de beber, la enfermera respondió.

- Se encuentra en el Hospital Vita, señor Galvech.

Lo primero que el pobre Todor pensó fue en lo caro que era ese hospital, en lo mal que llevaban las cuentas desde que hacienda les perseguía con falsas acusaciones y le habían expulsado de la universidad. Todo ello medidas gubernamentales de presión.

- ¿Cuánto va a costarme esto? – se atrevió a preguntar.

La enfermera le miró primero sorprendida, pero luego sonrió, pensando que probablemente estaba en shock.

- Su cama está pagada, señor Galvech, no se preocupe usted por eso – le tranquilizó.

Todor miró hacia ella. Tenía razón, no tenía de qué preocuparse, algo le decía que así era, una certeza de origen desconocido. Sin embargo, su mente estaba pastosa y tratar de indagar en sus recuerdos era tan difícil como nadar en un mar de petróleo. Había pasado algo, algo importante que no podía recordar. Le sacudió la inquietud.

- ¿Pero qué ha pasado? – preguntó nervioso - ¿Qué hago aquí? ¿Quién me ha traído? ¿Dónde está mi mujer? ¿Por qué me atan a la cama?

Tironeó una vez más de las esposas, como evidenciando las motivaciones de sus preguntas. Su desconcierto estaba perfectamente justificado. Exigía una respuesta.

La enfermera volvió a sonreírle con calidez.

- No ocurre nada, en seguida vendrá alguien a hablar con usted y le explicará toda la situación. Cálmese. Yo le aviso de que se ha despertado usted.

Todor la vio marcharse, siguiendo el movimiento de su cuerpo. Sonrió un poco, con picardía. Luego pensó en su esposa. No la vería. Sabía que no estaba allí. De hecho, las posibilidades de no volver a verla eran muchas. ¿De dónde provenía esa convicción? No acertaba a saberlo, pero le hizo sentirse aún más inquieto.

¿Qué razones había para esposarle a la cama? ¿Había cometido algún delito? ¿El gobierno se había vuelto definitivamente loco y había atentado contra él? No, no era posible. No era posible porque… él ya estaba colaborando con ellos. Sí, y había logrado que funcionase, pero no se lo había comunicado. ¿Se habían enterado? Había algo más, un muro en su mente que no podía atravesar.

- ¿Señor Galvech? – preguntó una voz suave y sibilina.

Entonces el muro se vino abajo y Todor recordó, en un abrumador segundo, todo lo ocurrido. El asalto en su casa, los agentes de inteligencia que le retuvieron, su esposa secuestrada, el incendio en aquel pequeño hospital interno que tenían. Cerró los ojos con fuerza, tratando de apaciguar el vértigo que sorpresivamente le había asaltado.

- Tranquilo, señor Galvech. Está en un lugar seguro – le tranquilizó el vigilante.

- ¿Qué hace aquí? – ladró Todor, mirándole con los ojos repentinamente cargados de furia -. ¿Qué quiere de mí?

- Tenemos que protegerle, señor Galvech – fue la respuesta, cargada de un insoportable tono de condescendencia.

- ¡Tendrían que estar buscando a mi esposa! – gritó Todor.

Alguien en la habitación contigua pidió silencio chistándole; después de todo se encontraban en un hospital. Galvech tironeó de las esposas con suficiente fuerza como para que el metálico sonido no fuera apaciguador como antes, sino más bien brusco y amenazador.

- ¡Suélteme! ¿Qué derecho tiene a retenerme?

- Pensamos que Dimov y los otros asaltantes podrían volver a suponer un riesgo para su vida. Nuestra obligación moral es protegerle, señor Galvech.

- ¡No me hable de obligaciones morales! – gritó Todor, intentando soltarse de nuevo -. Ustedes no tienen escrúpulos en absoluto. ¡No he cometido ningún delito y no tienen derecho a retenerme! ¡Esto es un secuestro! ¡Libérenme de inmediato o…!

- ¿O qué? – le interrumpió bruscamente el vigilante. Su voz ya no tenía nada de conciliadora y la sonrisa dibujada en su cara escondía una rabia mordiente -. ¿Qué cree que puede hacernos, señor Galvech?

Sus ojos centelleaban, amenazadores, lo suficiente como para hacer consciente a Todor de que estaba herido, sólo, esposado y desamparado por la justicia. El vigilante sacó una jeringuilla e inyectó algo en su suero. Luego se inclinó sobre la cama, dejando de sonreír. Todor se mantuvo en silencio, pero notó como el corazón se le volvía pequeño en el pecho, que parecía soportar una presión invisible procedente de la temible calma y seguridad en su posición que desprendía aquel hombre. Supo, sin necesidad de que nadie se lo dijera, que el hombre que se inclinaba sobre él había matado antes, muchas veces.

- Es usted una fuente de problemas, Galvech. Su negativa a colaborar con el buen desarrollo de su país es francamente reprochable. Tampoco su salida del ejército fue muy regular y creo que su hermano está metido en algunos… uhmm… problemas que dudo que quiera que le salpiquen. Es cierto que dicen que es un genio, pero eso no hace sino empeorar su situación, porque le convierte en alguien más peligroso. Ahora bien – pasó la mano sobre él, agarrándose también al otro quitamiedos. Se movía como una serpiente que se acerca a una presa con curiosidad – todo esto a mí no me importa en absoluto. No, de verdad. No me importa. Mi trabajo es atrapar al renegado de Dimov. Por mí, como si pone una bomba en el Grand Hotel Sofía. No tengo ni que comentarle lo poco que me importa su vida o la de su esposa. ¿Verdad? – volvió a sonreír, desconcertantemente cordial. Su amabilidad fingida era aún más perturbadora que una amenaza directa -. Así que vamos a procurar llevarnos bien. ¿Le parece? Porque tiene todas las de perder, querido amigo Galvech.

Todor le miró a los ojos mientras se retiraba un poco y volvía a adquirir una pose informal. Jamás había conocido a un hombre así. De hecho, jamás había pensado que hombres como él fueran más que personajes de ficción en mentes retorcidas. Había estado en el ejército y había conocido a algunos locos, asesinos y violentos entre un mar de idiotas, pero aquel hombre era muy diferente.

No le tenía miedo, pero tampoco era estúpido. Le iban a utilizar de cebo, y Dimov sólo vendría a por él si seguía vivo, ya fuera porque le quería muerto y ya no le interesaría si lo estaba, o bien porque le necesitaba vivo y en sus manos. El vigilante no le mataría. Sin embargo, pensó en su esposa y temió por ella. Se preguntó dónde y cómo estaría.

- ¿Saben algo de Lina? – preguntó finalmente.

- No, pero trabajamos en ello – su tono volvía ser tan melodioso que confundía a Todor, el cual miró por la ventana de la habitación y sintió cómo le invadía el sueño.

El vigilante de menor grado llegó mientras aún estaba cerrando los ojos.

- ¿Cuándo se lo diremos? – preguntó a su superior.

- Aún no. Es mejor que no lo sepa todavía, así será más manejable.


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